La Misa Explicada

Decía san Agustín que no se puede amar lo que no se conoce. Por eso, a través de estas catequesis, queremos mostrarte lo hermosa que es la celebración de los misterios de Cristo, de manera especial el sacramento de la Eucaristía que es precisamente en donde El mismo ha querido quedarse de manera sacramental. Es la reunión semanal de los cristianos en la que compartimos lo que somos y lo que tenemos para sentirnos parte de una familia… de la Familia de Dios. Cada Eucaristía nos da la oportunidad de conocer más sobre Dios a través de su Palabra; de nutrirnos con el pan que nos da la vida y de convivir como hermanos unidos, por el compromiso bautismal de amarnos los unos a los otros, de la misma manera en que Jesús nos ha amado. Esto era lo que hacían los primeros cristianos según lo atestigua san Pablo y los primeros cristianos (Lee en tu Biblia Mt 26, 26-28; Act 2, 42; 1Cor 11, 23-26).

En la Liturgia, todo tiene un significado que nos ayuda, a través de los signos, a conocer el misterio que no podemos ver. Así por ejemplo en el bautismo vemos el agua, pero no vemos el Espíritu Santo que purifica y que da vida. El agua nos sirve de signo para ver lo que Dios está haciendo en ese momento. En la medida que conocemos los signos, en esa medida nuestra celebración va teniendo sentido y la vamos no sólo apreciando sino amando, pues entender es vivir

La Asamblea

Empecemos hoy con lo más elemental que sería el signo estar reunidos en asamblea. Ante todo nos habla de la vida en el cielo en la cual todos seremos uno en el Señor. Es festejar la victoria de Cristo en una fiesta.

Por ello la Iglesia tiene un carácter comunitario. San Agustín decía: quien te ha creado sólo no te salvará sino en la comunidad. La vida cristiana se entiende sólo a través de la comunidad. Es el signo de fraternidad y de comunión con la familia de Dios. Somos los hermanos que nos reunimos cada semana, después de nuestros trabajos y ocupaciones para dar gracias a Dios (significado de la palabra Eucaristía = Acción de gracias), para recobrar las fuerzas gastadas en la lucha contra el pecado, para darnos un abrazo y convivir como conviven los hermanos en una familia.

La asamblea es el signo de la presencia del Reino de los cielos entre nosotros. Nos hace manifiesto el cielo que aun no podemos ver. Es el encuentro con Jesús, nuestro hermano mayor con todos los demás hermanos. Por ello nuestra actitud en la asamblea dominical debe ser: De amor. De amor hacia Dios que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones celestiales y materiales y de amor hacia mis hermanos.

Algunas actitudes prácticas:

  1. Saludarnos al llegar, tanto los unos a los otros como a Dios.

  2. Vestir como quien va a visitar a la familia en un día de fiesta.

  3. Abrir el corazón a Dios y a los hermanos, estando atentos y participando todos de la fiesta. Es NUESTRA fiesta.

El presidente de la Asamblea

El celebrante (sacerdote o diácono), dentro de la asamblea litúrgica tiene la función de presidir. Realiza las funciones de Cristo Cabeza. Por ello dirige con sus gestos y palabras el desarrollo de la celebración litúrgica. Es propio de su acción litúrgica, saludar a la asamblea en el nombre de Dios y de la Iglesia universal, orar en nombre de la asamblea en la Oración Colecta, consagrar y presentar el sacrificio del altar en el nombre de Cristo, al Padre, por el Espíritu Santo; distribuir con los ministros la comunión, y al final de la misa, bendecir al Pueblo de Dios.

Los libros litúrgicos

Para la celebración de la Liturgia se utilizan básicamente dos libros:

El Leccionario
El Leccionario podríamos decir que es una Biblia ordenada de manera litúrgica. En este libro se ordenan todas las lecturas de la Biblia en tres ciclos para los domingos (A-B-C) y en dos ciclos para las lecturas de la semana (años pares e impares). Esto quiere decir que quien participa de la Eucaristía todos los domingos, a lo largo de tres años, habrá escuchado y leído toda la Biblia. Y quien participa en la misa de entre semana, en dos años lo habrá realizado. Sin embargo, es importante saber que en este orden litúrgico, algunos pasajes de la Escritura contienen sólo las enseñanzas principales del pasaje leído. Por ello, es muy conveniente seguir en nuestras propias Biblias, ya sea en casa o en la misma celebración, estas lecturas a fin de tener la formación completa.

El Misal Romano
Es el libro propio del celebrante y contiene:
El Ordinario de la Misa, es decir todo lo que se dice y hace en la celebración Eucarística. Además, el Propio de cada misa que es: La Oración Colecta, la Oración Sobre las Ofrendas, y la Oración después de la Comunión. Finalmente, los Prefacios, las Oraciones Eucarísticas, y las Bendiciones. Las ediciones de los misales o misalines contienen también, aunque de manera reducida, las oraciones (ordenadas por días) así como el Propio para cada misa y algunas de los prefacios y Oraciones Eucarísticas. Por ello es muy conveniente seguirlo atentamente, para que todos podamos participar: Pueblo de Dios, Celebrantes y Ministros.

Las vestiduras litúrgicas

Como ya hemos dicho en la liturgia, cada cosa, cada lugar, cada gesto tiene un significado. Por ello hoy hablaremos de las vestiduras litúrgicas. Lo primero que tendríamos que decir, es que en todas las culturas, el sacerdote se entiende como un "mediador" entre la divinidad y el hombre. Por ello debe ser "consagrado" a Dios y en los actos del "culto" llevar algunas vestiduras, que en cada cultura, significarán algo, tanto para el sacerdote como para la comunidad. Ya en el Antiguo Testamento, Dios, al hablar con Moisés referente al "culto" y a los "sacerdotes", le dio una serie de prescripciones litúrgicas tanto para la consagración del sacerdote como para los vestidos de éste (ver Ex 28-29).

La Iglesia en el principio inició celebrando la Eucaristía, sin vestiduras litúrgicas. La celebración, como ya lo decíamos, consistía en reunirse el primer día de la semana (domingo) para celebrar la resurrección del Señor (ver Act 2,41). Esto se hacía en la casa de alguno de los miembros de la comunidad cristiana, en donde se leía el Antiguo Testamento así como las cartas que los apóstoles enviaban a las comunidades y se "fraccionaba el pan", es decir, se consagraba el Cuerpo y la Sangre de Cristo (ver 1Cor 11,23-26). No había ni vestidos, ni objetos consagrados.

Con el tiempo, la necesidad del hombre de entrar en relación con el misterio de Dios, fue dando lugar a los primeros "ritos", a la organización litúrgica y con ella a los objetos, lugares y vestiduras sagradas. Cada una, para los primeros cristianos, tenía un significado muy especial, pues era un medio de ver y participar, mediante el signo litúrgico, de lo que pertenencia al misterio y que escapaba a la vista. Así aparecieron las primeras Basílicas o templos, los primeros Libros Litúrgicos o rituales, y las primeras Vestiduras y Objetos "consagrados" al culto del Señor.

Muchos de estos han desaparecido del uso de la Iglesia o se han transformado, sobre todo con la renovación litúrgica propuesta por el Concilio Vaticano II a través de la Constitución "Sacrosantum Concilium" (1963), en la cual se da el ordenamiento para la celebración de la liturgia. Hablaremos, pues, sólo de los que han quedado y que se utilizan habitualmente por el sacerdote en la celebración de la Eucaristía.

Sotana-
Es la vestidura propia de los ministros sagrados. Es una reminiscencia romana. Ordinariamente es de color negro (los monseñores la pueden usar de otro color) como un signo del desprendimiento del mundo (que se presenta muy colorido y atrayente). Actualmente, por comodidad, se ha cambiado por el Alba-sotana, que es una sotana de color blanco y con el cíngulo adherido.

Amito-
Se refiere a un trozo de tela blanca de forma cuadrada, con dos tiras blancas con las cuales se ciñe a la cintura del sacerdote y una cruz bordada en el centro. El cuadro queda a la espalda del sacerdote y es el signo de la protección de Dios, para que las "flechas incendiarias del enemigo", no lo dañen mientras celebra los santos misterios. Hoy día es poco usada. Se usa sólo cuando el sacerdote usa el alba abierta (en lugar de alba-sotana).

Alba-
Vine de la palabra en latín alba que significa "blanca" o "pura". Es una reminiscencia de los vestidos de la época de Jesús usado de forma común. La usa el sacerdote sobre la sotana, y es el signo de que se reviste la "pureza" necesaria para celebrar los santos misterios.

Cíngulo-
Que significa "cinturón". Pertenece a la cultura Romana de los primeros siglos del cristianismo y era usado por todo el mundo. La usa el sacerdote para ceñirse el alba y significa la "castidad". Signo de la alianza que ha hecho con Dios y con su pueblo de trabajar "exclusivamente" para el Reino (en la antigüedad se ceñían para el trabajo sobre todo para el trabajo doméstico). Hoy también se usa sólo cuando se usa alba abierta.

Estola-
Es una banda de tela de diferentes colores (dependiendo del tiempo litúrgico) y que de ordinario está ricamente bordada con diferentes motivos litúrgicos o evangélicos. Es una herencia directa del judaísmo. Es el manto que usaban los israelitas (todavía lo usan algunos), para las celebraciones litúrgicas, y en particular para la oración. Pasó a la Iglesia para el uso de los sacerdotes, pues recordemos que los primeros sacerdotes pertenecía a la cultura Israelita. Hoy en día es el signo propio del sacerdote. El obispo y sacerdote la usan sobre los dos hombros (como la usaban los Israelitas); el diácono la usa "terciada" (es decir cruzada) sobre el hombro derecho. Se debe usar siempre que se celebra la liturgia. Puede usarse abajo de la Casulla o arriba de ésta.

Casulla-
Que vine del latina "capa" o cubierta. Es una reminiscencia romana. Era usada por los "nobles" de aquel tiempo. Pasó a la Iglesia como la vestidura propia del sacerdote para la celebración de la Eucaristía. Esto destacaba el sentido "real" de la celebración y de la presencia de Cristo en el sacerdote. Es Cristo mismo quien celebra la Eucaristía. Una manera de hacer presente la realeza de Cristo Glorioso en medio de la comunidad. Ha sufrido cambios a través de la historia, pero ha permanecido siempre con este significado: El sacerdote es un "alter Cristus" (otro Cristo). Manifiesta claramente, por su color, el tiempo litúrgico que se está viviendo: Blanco (triunfo) = Solemnidades del Señor; Verde (esperanza) = Tiempo Ordinario; Rojo (sangre) = Mártires, Apóstoles, Sábado de Palmas, Viernes Santo; Morado (preparación) = Advierto, Cuaresma; Azul (cielo) = Virgen María.

Los Lugares

La palabra "santo" significa "separado" y en el transcurso de los siglos, esto ha sido atribuido a Dios, al que es "Totalmente Santo". De esta manera, todo lo que está en relación con Dios, debe ser como él mismo: Santo. Ya desde el Antiguo Testamento, Dios invitaba a que su pueblo fuera un pueblo santo (ver; Lv 11,45). De igual manera, sus sacerdotes y su casa debían ser santa (Lv 10,3). Por ello, refiriéndonos al templo, éste estaba dividido en diferentes lugares de santidad, siendo el más santo, que ellos llamaban el "santo de los Santos", el lugar en donde estaba el Arca de la Alianza. Así los lugares santos servían de manera especial para el encuentro con Dios.

Hoy en día, también nuestra liturgia tiene diferentes lugares, como lugares especiales de encuentro con Dios. Se distinguen diferentes lugares entre los cuales mencionaremos hoy sólo los relacionados con la Eucaristía:

Presbiterio:
Es el lugar en donde se celebra la eucaristía. Este lugar nos pone en relación con el Reino de los cielos: Es el lugar en el que los "discípulos" se encuentran con Cristo: con Cristo que anuncia la palabra; con Cristo que conduce al Pueblo y con Cristo que celebra la cena eucarística. Por ello, representa también el cielo, en donde un día nos encontraremos con Dios de manera total y definitiva. En el encontramos tres lugares particulares de encuentro:

La sede:
Viene de la palabra "silla" en latín y es desde donde quien preside la asamblea la exhorta y la instruye por ello es también llamada "cátedra". En este lugar nos encontramos con Cristo que instruye y conduce a su pueblo, explicando las escrituras y llevándolo a la casa del Padre. De preferencia debe ser un lugar fijo colocado de manera ordinaria del lado derecho del altar.

El ambón:
Es el lugar desde donde se proclama la Palabra de Dios. En el nos encontramos con Cristo Palabra de Verdad. Debe ser el lugar de preferencia fijo. Debe estar localizado del lado Izquierdo de altar. En las celebraciones dominicales es conveniente que esté adornado con flores y velas, para darle realce a la celebración y proclamación de la Palabra.

El altar:
Es el lugar que nos recuerda la mesa en la que se celebró la ultima cena, pero al mismo tiempo el lugar en donde se ofrecía el sacrificio de nuestra salvación. Es el lugar en el que nos encartamos Cristo pan de vida y rescate de nuestra miseria. Por ello, idealmente debe ser de mármol o alguna otra clase de piedra que nos recuerden los antiguos sacrificios. Por otro lado debe tener la forma de una mesa que nos recuerde la Cena Eucarística. Debe estar ordinariamente fijo.

El bautisterio:
Con la reforma del Concilio Vaticano II el bautisterio forma parte integral del Presbiterio como "lugar" en el que nace la vida del Reino, la vida cristiana. Es el lugar del primer encuentro con Cristo, que nos da la nueva vida en el Espíritu. Esto da unidad a la vida cristiana, que se desarrolla entre el nacimiento a la vida del Reino, la predicación y la celebración de la eucaristía. Es así como se vive lo que se cree, y se celebra lo que se vive. Esta la unidad de la vida en Cristo bajo el poder del Espíritu Santo.

Las posiciones y los gestos

El Señor dijo a la samaritana que "los verdaderos adoradores de Dios lo adorarían en Espíritu y en Verdad" (lee en tu Biblia Jn. 4,23). Esto lo podemos incluso ampliar con las palabras que dirigió a todos sus discípulos: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente", es decir: Lo amarás con todo lo que eres tú (lee en tu Biblia Dt. 6,5; Mt. 22,37). Esto para los Israelitas y para los primeros cristianos era y sigue siendo fundamental, pues no bastan las palabras sino que éstas deben estar acompañadas de una actitud que muestre nuestra congruencia entre creer y vivir, que son los elementos inseprables de la vida cristiana.

En la liturgia, que como hemos dicho, está conformada a base de signos que nos ayudan a comprender y vivir el misterio de Dios, es básico. Por ello ahora veremos algunos de los gestos más importantes de nuestra Eucaristía.

Las procesiones:
La Entrada y la Salida del sacerdote en procesión con los ministros del altar nos recuerdan que somos un pueblo peregrino que no ha llagado a la meta. Vivimos en el Reino pero de una manera imperfecta. Estamos como el pueblo de Israel: en continuo camino.

Estar de pie:
Es la posición de quien está listo para obedecer, para ponerse en camino. El día de la Pascua de Israel le dijo Dios a Moisés: "Comerás la pascua de pie, con la cintura ceñida y el bastón en la mano como quien se prepara para partir" (lee Ex 12,11). Con esto le indicaba la disposición que se debe tener para seguir al Señor. Es además la posición natural con la que los judíos oraban (pues recordemos que su oración es básicamente de alabanza). Es la posición de quien está alerta y atento. En nuestra celebración estamos de pie desde la entrada del sacerdote y sus ministros, hasta la oración que llamamos "Colecta", pues estamos en oración comunitaria. Nos ponemos de nuevo de pie para el Evangelio: Estamos atentos a la Palabra del Señor y listos para obedecer sus instrucciones. Nos volvemos a poner de pie para profesar nuestra fe, y después para orar al terminar las presentaciones de los dones hasta antes de la consagración. Nos ponemos de pie de nuevo para orar juntos el Padrenuestro y permanecemos orando con la comunidad hasta la Comunión. Finalmente nos ponemos de nuevo de pie para la oración final y la bendición.

Sentados:
Es la posición de quien escucha. Los apóstoles y en general la gente se acercaba a Jesús y se sentaba para escucharle (lee Lc. 10,39). Por ello nos sentamos para escuchar la Palabra de Dios. Nuevamente nos sentamos para la Homilía y permanecemos así hasta el Credo. De nuevo nos sentamos a reflexionar sobre lo que Jesús nos ha dicho. Finalmente nos sentamos después de la Comunión para conversar con Jesús en la intimidad de nuestro corazón.

Hincados:
Es la señal de humildad… con esta posición reconocemos que Dios es verdaderamente Dios. Nosotros no somos sino barro y polvo de la tierra. Sólo El es digo de alabanza. Nos postramos delante de la divinidad. En algunas celebraciones nos hincamos en el acto penitencial para pedir perdón. Generalmente en la Misa, el único momento en que nos hincamos es en la consagración. Es nuestra manera de significar que creemos verdaderamente que Jesús, es Dios y que está presente bajo la apariencia del pan y del vino.

Levantar las manos:
Este es un signo de adoración y alabanza pero también de súplica. Los salmos están llenos de invitaciones a "Levantar nuestras manos al Señor" sea para adorarle que para suplicarle (lee Sal 26,6; 31,5; 1Tim 2,8). Es una manera de extender nuestras manos hacia el Cielo como quien quiere tomar la mano de Dios que se acerca al hombre. Es expresión de júbilo y gozo en el Espíritu Santo. Es la manifestación corpórea de quien se acerca al otro sin nada en las manos que no sea su propia persona… como quien descubre delante del otro su pobreza y le suplica. Es expresión de confianza y abandono. Durante la celebración de la Eucaristía podemos levantar nuestros brazos al cielo en el Acto Penitencial, como signo de súplica; en el Gloria, el Aleluya y el Santo, momentos propios de adoración a Dios para alabarlo; finalmente lo podemos hacer al rezar el Padrenuestro en señal de súplica.

La Eucaristía

La palabra Eucaristía viene de la palabra griega "eucxaristos" que significa "acción de gracias". Es la acción de gracias del Pueblo de Dios que se reúne como una familia para darle gracias a Dios por todos los prodigios que ha realizado en su vida, de manera particular por la Salvación que Jesús ha traído. Esta celebración siempre se ha identificado con la "Cena del Señor" como nos lo dice el libro de los Hechos de los apóstoles (lee Act 2,41).

Desde el principio, la comunidad cristiana ha dividido esta fiesta en dos partes, una dedicada a la instrucción por medio de la palabra de Dios y la segunda a renovar el memorial de la Cena del Señor, y con ella proclamar el triunfo de Dios sobre el pecado y sobre la muerte, por la resurrección de Cristo y su sacrificio pascual.

A lo largo de la historia, de la misma manera que los libros, lugares y vestiduras fueron modificándose, la liturgia Eucaristía también lo hizo. Actualmente, permanece dividida en dos grandes partes: La primera es la que llamamos Liturgia de la Palabra y que va desde el Saludo del Sacerdote hasta la Proclamación de nuestra fe; la segunda, que llamamos Liturgia Eucarística, comprende desde la Preparación de las Ofrendas hasta el envió que hace el sacerdote para ser luz del mundo.

Liturgia de la Palabra

Esta parte de la Liturgia, está formada por diferentes momento que iremos explicando poco a poco.

Ritos iniciales-
La Eucaristía se inicia con una serie de ritos que llamamos iniciales:
• Saludo del sacerdote
• Acto penitencial
• Gloria
• Oración Colecta.

Iniciamos nuestra celebración, con la procesión del sacerdote, que nos recuerda, como ya decíamos, nuestro peregrinar por la tierra hasta que no lleguemos a la patria celestial. En seguida el Sacerdote hace una profunda reverencia antes de subir al altar que es considerado como el lugar "santo", por lo que tiene tres escalones que nos recuerdan la santidad de Dios que es "tres veces santo", y al mismo tiempo que estamos entrando en el ámbito del misterio de la Trinidad. En seguida el sacerdote besa el altar, signo de la victoria de Cristo, y se dirige a la "Sede". Durante todo este tiempo, todos nosotros cantamos la alegría de estar reunidos en la fiesta que nos hace participar del misterio de Dios.

La Eucaristía se inicia de la misma manera que los cristianos deben iniciar todo lo que hacen, es decir invocando a la Trinidad y haciendo sobre su cuerpo la Señal de la Cruz, y por eso decimos: En el nombre del Padre, ….. Mientras trazamos una cruz sobre nuestro cuerpo, signo de la victoria de Cristo.

En seguida el Sacerdote nos saluda de parte de Dios con lo que se llama "Saludo Litúrgico".

Como no sería conveniente participar de los misterios santos del Señor si no tenemos un corazón puro y una conciencia limpia, el sacerdote nos invita a participar del perdón de Dios. El Acto de Contrición es una manera de reconocer nuestra debilidad y la necesidad que tenemos de la gracia de Dios. No nos podemos acercar a las cosas santas si nosotros mismos no somos, o si no estamos buscando con todo nuestro corazón ser también santos, como es Dios.

Al terminar el acto penitencial, llenos de la alegría que nos viene por ser hijos de Dios y por participar de la plenitud del Espíritu Santo, glorificamos a Dios en la Trinidad. Este por lo general debe ser un canto lleno de gozo, de entusiasmos y de la alegría en el cual todos y cada uno debe participar.

Esta parte introductoria termina con lo que llamamos Oración Colecta, y que busca "colectar" es decir, unir toda la oración de la comunidad. Por ello, el sacerdote nos invita a orar, y después de unos minutos de oración personal, el mismo sacerdote, como mediador, recoge la oración del pueblo y la presenta a Dios con una oración ya determinada a la cual todos respondemos con un gran: Amén.

Veamos en esta catequesis el significado del Amén. Esta palabra viene del hebreo y no tiene una traducción directa, por lo que permanece ordinariamente en este idioma. Puede significar: es cierto; así lo creo; ya lo creía antes y continuo creyéndolo; así será; creo firmemente; es la verdad; así sea. Por ello de manera ordinaria debe ser proclamada con fuerza, decisión y firmeza.

Liturgia de la Palabra

Una vez terminados los ritos iniciales, nos sentamos con un corazón abierto para escuchar la palabra de Dios. Recordemos que Jesús dijo que "no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4) Así que este es el momento para alimentarnos y nutrir nuestro Espíritu con la Sabiduría divina que quiere que nosotros tengamos vida y la tengamos en abundancia.

El lector-
El lector es un Ministro de la celebración y su función, es muy importante pues es el encargado de "hacer resonar la palabra de Dios". Por ello debe ser idealmente una persona espiritual, que no solamente lea la Palabra de Dios, sino que la "Proclame". Existe en la Iglesia un ministerio ordenado para los lectores, los cuales tienen que pasar por toda una formación espiritual y litúrgica, para ser admitidos al ministerio. Esto nos da la idea de lo importante que es.

El lector, como ministro de la celebración, idealmente debe entrar en procesión con los demás ministros y sentarse dentro del Presbiterio. Sin embargo, puede permanecer en su asiento fuera del presbiterio hasta el momento en que realizará su ministerio.

Si el ministro está abajo del presbiterio, o si tiene que cruzar por en frente del altar, debe hacer una inclinación delante del Altar que es el signo de Cristo y después subir hasta el ambón. Al llegar al ambón puede (es ideal) hacer una pequeña inclinación con la cabeza delante de la Escritura, ya que es Dios mismo. Los Orientales tienen tanto respeto por la Escritura, que en sus templos ocupa un lugar parecido al de la Eucaristía, y tiene siempre una lámpara como la que ponemos nosotros en el Santísimo.

Al terminar su lectura, mientras dice "Palabra de Dios", puede alzar el libro y mostrarlo a la asamblea. En seguida baja de nuevo a su sitio de la misma manera que subió. Las lecturas Esta parte de nuestra Eucaristía varia si es domingo o si es día de entre semana. Los días de la semana tendremos, dos lecturas y el salmo responsorial, mientras que el domingo tiene tres lecturas y el salmo responsorial, siendo siempre la última lectura un pasaje del Evangelio.

Primera lectura-
La primera lectura de entre semana, ordinariamente es una lectura continuada de alguno de los libros del Antiguo Testamento o de alguna de las cartas. Esto nos ofrece la posibilidad de conocer lo básico de la Escritura. Para profundizar en ella es conveniente, ya sea traer la Biblia a la celebración Eucarística o en la casa repasar el pasaje leído, pues el "leccionario" en ocasiones se salta pequeños pasajes, que puede ser importantes para nuestra vida. En la lectura diaria esta lectura está dividida en dos ciclos conocidos como I y II, o que corresponden a los años pares (I) o impares (II). De manera que en dos años de asistencia diaria a la Eucaristía podemos decir que hemos escuchado y leído casi todo la Sagrada Escritura.

Para los domingos, esta primer lectura estará en concordancia con el Evangelio, por ello, no lleva como entre semana, un orden o una continuidad. De manera ordinaria se leerá un pasaje del Antiguo Testamento buscando presentar en él el anuncio de lo que llegará a su plenitud en el Evangelio (durante la Pascua se leen los Hechos de los Apóstoles). Es por ello importante tener en cuenta esta relación, pues nos ayuda a entender el mensaje que Dios nos quiere dar ese domingo, ya que las dos Escrituras se complementan. Las lecturas de los domingos, están ordenadas en tres ciclos: A, B y C. No existe una explicación como la de los pares e impares. Actualmente estamos en el ciclo "C".

Salmo-
El salmo es una oración cantada, con la cual se responde a la palabra de Dios por lo que lo llamamos: "Salmo Responsorial". Cuando por alguna razón no se puede cantar, pues se puede entonces rezar. Lo ideal es que todo el Salmo sea cantado, pero se puede alternar con el lector.

Segunda Lectura-
Esta lectura, que se realiza sólo el Domingo o en las Solemnidades, la mayoría de las veces lleva su orden independiente y es continuada domingo tras domingo, y está tomada del Nuevo Testamento. En las solemnidades está también en relación con el Evangelio.

Evangelio-
Para darle mayor solemnidad a la lectura del Evangelio, todos nos ponemos de pie, como quien está listo para cumplir la voluntad del Señor que nos está hablando. Como ya decíamos está dividió en tres ciclos: en el ciclo "A" se leerá de manera continuada durante el tiempo ordinario el evangelio de san Mateo; en el ciclo "B" se lee el evangelio continuado de San Marcos; y en el ciclo "C" se lee san Lucas. El evangelio de san Juan, dada la profundidad teológica y que explica muchos otros elementos no contenidos en los otros, se intercala en los tres ciclos.

Liturgia de la Palabra
(cont.)

Finalizamos esta sección de la Eucaristía con algunos elementos que están unidos a la Celebración de la Palabra:

La Homilía-
Esta parte de nuestra Eucaristía está destinada a explicar la palabra de Dios que se ha escuchado. Por esta razón nos sentamos y con atención escuchamos la actualización de la palabra de Dios que el sacerdote hace para toda la asamblea. Esta parte es muy importante ya que, según nos advierte san Pedro en su segunda carta, "hay algunos pasajes en la Escritura difíciles de interpretar" (ver 2Pe 3,16). Por otro lado, debemos tener en cuenta que cuando el sacerdote se dirige a nosotros en la homilía, está hablando a un público totalmente heterogéneo por lo que también nosotros debemos hacer la aplicación de la Palabra a nuestra propia vida, con las características propias de cada uno de nosotros y nuestras particulares necesidades. De lo que podemos estar seguros es que en la palabra de Dios, siempre encontraremos una respuesta a nuestras necesidades.

Silencio "Sacro"-
La Liturgia de la Palabra termina prácticamente con lo que se conoce como el "Silencio Sacro", que es un momento de silencio después de la homilía para dejar que la palabra de Dios se "asiente" en nuestro corazón. Es un momento de meditación personal en el que dejamos que Dios nos hable al corazón, y de esta manera, podamos tomar las resoluciones necesarias para mejorar nuestra vida cristiana.

El Credo-
Una vez que hemos escuchado la palabra de Dios nos ponemos de pie y nos disponemos a participar en el Sacrificio Eucarístico mediante la profesión SOLEMNE de nuestra fe. En la antigüedad, solo los cristianos, es decir los bautizados podían permanecer para el Sacrificio Eucarístico. Por ello una vez terminada la homilía, antes de hacer la profesión de fe, el diácono invitaba a los "catecúmenos" es decir a los que se estaban preparando para la "Iniciación Cristiana" a salir del templo. Una vez que habían salido, la comunidad cristiana profesaba su fe, es de decir la fe en el Dios Trinitario: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, en la Iglesia y en todas la verdades reveladas por Dios para nuestra salvación.

Este momento es muy importante pues es el momento de declarar PUBLICAMENTE que somos cristianos y que por lo tanto nos comprometemos a vivir de acuerdo a lo que creemos es decir: A vivir como hijos de Dios, como hermanos de Cristo y como personas habitadas por el Espíritu Santo. No es solo un rito ES LA CONFESION DE NUESTRA IDENTIDAD COMO BAUTIZADOS.

La Oración Universal-
Antes de presentar nuestra ofrenda al Señor le presentamos nuestras peticiones. De manera ordinaria este momento es preparado con anterioridad por la comunidad de acuerdo a las necesidades, tanto de la Iglesia universal, como de la Iglesia local y particular. Con esta oración la Iglesia realiza las palabras de Jesús: "Si dos de entre ustedes se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo en oración, mi Padre que está en los cielos se los dará. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,19-20).

De manera ordinaria, el Sacerdote dejará unos momentos antes de terminar nuestra oración, para que cada uno en su interior, pida al Padre lo que está necesitando.

En seguida nos sentamos para continuar nuestra Eucaristía.

La Liturgia Eucarística

Con la Oración Universal, terminamos la Liturgia de la Palabra y ahora empieza la segunda parte del nuestra celebración. En la primera parte nos hemos alimentado de la Palabra del Señor, ahora nos preparamos para alimentarnos de su Cuerpo y de su Sangre.

En esta segunda parte de la Eucaristía, antes de adentrarnos en el rito y sus signos, veremos primeramente los vasos sagrados que se utilizan, así como los elementos litúrgicos que dan sentido a nuestra celebración.

Los Vasos sagrados

El cáliz-
Este nombre viene del latín y quiere decir "Vaso". En la Ultima Cena nos relata el texto bíblico que Jesús tomó una "Copa" es decir uno de los vasos usados para el vino y dijo "Tomen y beban todos de el pues este es el "cáliz" de mi sangre….". De esta manera un simple vaso comenzó a ser un vaso litúrgico, un vaso sagrado; ya no es más un simple vaso sino un "cáliz". Desde entonces ha cambiado en su forma, pasando por las más diversas manifestaciones artísticas, buscando siempre resaltar el contenido que es "la sangre de Cristo". Actualmente puede ser de cualquier material, incluyendo la madera, el barro, el vidrio, etc.... Deberá ser digno de lo que contendrá, y con una superficie interior bien pulida y sin porosidad para que no queden residuos de la sangre del Señor.

La patena-
Este nombre viene del latín y quiere decir "plato" y lo usa el sacerdote para consagrar el pan. Desde la antigüedad se designo un plato especial en el cual se debía depositar el pan que se convertiría en el cuerpo del Señor. En la actualidad se busca que éste sea lo más parecido a un verdadero "plato", que nos dé más el significado que lo que estamos celebrando es "una cena". Puede ser de cualquier material, siempre y cuando sea digno, aplicándosele las mismas normas que para el Cáliz.

El copón-
Es el vaso sagrado que se utiliza para "guardar" la reserva del pan consagrado. Ordinariamente tiene la forma de una "copa" (de ahí su nombre); sin embargo, puede ser cualquier recipiente "digno" en el cual se pueda guardar en el Sagrario la reserva del pan Eucarístico se es destinado a los enfermos y a los que se ven imposibilitados para asistir a la Eucaristía.

El relicario-
Es una pequeña cajita que se usa para llevar la comunión a los enfermos o a los que están impedidos para venir a misa.

Otros vasos y elementos Litúrgicos

Las vinajeras-
Ordinariamente era solamente una, en la cual se ponía el vino que se usaría en la Eucaristía (de ahí su nombre). Actualmente son dos una para el vino y otra para el agua. Pueden ser de cualquier material siempre que sean dignas.

El vino-
Debe ser "puro de uva". Puede ser de cualquier clase con tal que cumpla con el requisito de la pureza. Ordinariamente las conferencias episcopales autorizan a algunos fabricantes a proveer de este vino a la Iglesia dada la integridad y honestidad en su proceso. Sin embrago, pude ser cualquier vino puro de uva.

El pan-
Debe ser "pan ázimo" es decir pan de trigo sin levadura. Puede ser de trigo refinado o integral.

El mantel-
Es un lienzo litúrgico que se pone sobre el altar a manera de "mantel" significarlo como el lugar de la cena. Ordinariamente es del color litúrgico que se está celebrando y puede ser adornado con motivos litúrgicos.

El corporal-
Es un lienzo de tela, ordinariamente de forma cuadrada sobre el cual se pone el cáliz y la patena, así como los demás copones que se han de consagrar. Sirve para recoger cualquier partícula del pan consagrado que pudiera caer.

El purificador-
Es un lienzo pequeño que se usa para "limpiar" el cáliz y la patena después de la celebración, a fin de que no queden residuos del cuerpo y la sangre del Señor.

La palia-
Es un pequeño cuadro de madera o cartón rígido, recubierto con tela y ordinariamente adornado con algún motivo litúrgico. Era usado en la antigüedad para proteger el Cáliz y la Patena contra las palomas que habitaban antiguamente en los templos (plumas, y otras cosas) lo mismo que contra las moscas. Actualmente se usa poco, pero siempre con este uso (contra las moscas principalmente).

La Liturgia Eucarística
(cont.)

La segunda parte de la Eucaristía era conocida en la antigüedad como "La Fracción del Pan", pues "memorializa", es decir, hace presente las acciones que Jesús realizó en la Pascua, de manera especial en la última cena. Se le llama también "Liturgia del Sacrificio", ya que se ofrece al Padre el sacrificio "incruento", es decir sin sangre, de Cristo.

La primera comunidad dio gran énfasis a este momento bajo la perspectiva de la Cena del Señor. En el Medievo y hasta el Concilio Vaticano II se dio más realce al aspecto del "sacrificio". Hoy, la liturgia a revalorizado nuevamente el aspecto comunitario de la cena. Ambos son importantes, y ninguno excluye al otro, sino que lo complementa. Por ello, en una comida festiva, recordamos de manera ACTIVA (memorial) lo que Jesús hizo en la Ultima Cena; después el sacerdote lo ofrece al padre; para finalmente unirnos todos al Banquete Celestial en la Comunión.

Preparación del altar y las ofrendas

Presentación de dones-
Este momento anteriormente era erróneamente llamado "ofertorio". Realmente es el momento en el que la comunidad cristiana presenta al sacerdote el pan y el vino que se transformarán en el cuerpo y la sangre de Jesús. Ordinariamente estos son presentados por una familia que representa a la comunidad. Junto con estos dones se presenta la ofrenda económica de la comunidad para el sostenimiento del "culto", como lo hacían ya desde la antigüedad los Israelitas. Con la ofrenda que hacemos, se pagan todos los servicios del templo, los salarios de los trabajadores, y se ayuda a las necesidades de los pobres.

El sacerdote recibe estos dones, y los presenta a su vez a Dios. Para hacerlo, toma primero el pan ázimo, puesto en la patena o plato y lo levanta un poco mientras lo presenta a Dios. En seguida pone un poco de vino en el Cáliz, y lo mezcla con un poco de agua. El agua es el signo de nuestra naturaleza humana que esperamos que un día esté unida total y perfectamente a la de Jesús. En seguida levanta un poco el cáliz y lo ofrece. Todos debemos participar respondiendo a cada aclamación.

El lavatorio-
Por una tradición muy antigua, el terminar la preparación de los dones, el sacerdote se lava las manos, mientras repite en voz baja "láveme Señor de mis culpas y limpia mi pecado". Con esto nos quiere significar la actitud de rectitud de corazón con la que nos debemos acercar a la Eucaristía.

Oración sobre las ofrendas-
Este momento termina con una invitación a que todos oremos y así nos preparemos a participar de la Liturgia Eucarística. En seguida el sacerdote hace una breve oración en la que el pide al Señor que todos saquemos fruto de este sacramento.

Ordinariamente, de acuerdo a las normas del Misal Romano, el pueblo debe permanecer sentado hasta antes de la Oración de las Ofrendas, sin embargo la Conferencia Episcopal Americana ha aprobado que el pueblo permanezca sentado hasta el final de esta oración.

Prefacio-
Este es un momento de oración muy importante pues nos prepara para entrar de lleno a la "Consagración". Toma su nombre del Latín "Pre-facere" "antes de lo que se va a realzar", se podría traducir. Esta oración, que inicia con la participación de todo el pueblo, continua con la oración que hace el sacerdote y termina con la invitación a dar gloria a Dios por medio del canto del Santo.

Santo-
Este es un canto (no una recitación) muy antiguo en la liturgia, tiene sus raíces en la espera mesiánica que tenía el Pueblo de Dios. Con Jesús que entra en Jerusalén, se cumple esta espera. Ahora nosotros lo cantamos, llenos de alegría, pues reconocemos que él es verdaderamente el Mesías, el hijo de Dios.

El Misal Romano, prescribe que al terminar el Santo la Asamblea se ponga de rodillas (los que no tenga impedimento para hacerlo) y permanezca así hasta la Doxología. Sin embargo la Conferencia Episcopal puede decidir otra cosa. Para Latinoamérica, el momento de ponerse de rodillas es la "Epíclesis" es decir, como lo veremos más adelante, el momento en que el sacerdote impone las manos sobre las ofrendas, pidiendo la venida del Espíritu Santo. De acuerdo a esta norma, la Asamblea permanece de rodillas solo hasta el final del Relato de la Institución, es decir antes de la Aclamación después de la Consagración. La Conferencia Episcopal Americana, sigue la primera norma.

La Liturgia Eucarística
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Plegaria Eucarística De la misma manera que la liturgia de la palabra con el evangelio se llaga al clímax, en la liturgia eucarística con la consagración se llega al clímax. Para realizar la consagración, el sacerdote puede utilizar 9 "plegarias Eucarísticas" según las necesidades o la celebración en particular. Son 4 plegarias ordinarias, 3 para las celebración con Niños, y 2 para la reconciliación.

La Epíclesis-
La oración eucarística se inicia con una serie de invocaciones que realiza el sacerdote para pedir que por la acción del Espíritu Santo, el pan y el vino se conviertan en el cuerpo y la sangre de nuestro Señor. Estas invocaciones llegan a su culmen cuando el sacerdote impone las manos sobre las ofrendas para pedir el Espíritu.

Narración de la Institución-
A continuación, el sacerdote, realiza lo que el mismo Cristo hizo en la Ultima Cena. Con las palabras usadas por Jesús, con el poder que la Iglesia le ha concedido el día de su ordenación para realizar las acciones de Cristo, y con la gracia del Espíritu Santo, toma primero el pan azimo y luego el cáliz con el vino, y CONSAGRA, las especies. De manera que al terminar esta parte de la Eucaristía lo que está sobre el altar ya no es pan ni vino, sino el mismo Jesucristo: su cuerpo, alma, sangre y divinidad. De esta manera podemos cumplir lo que nos pidió el Señor: comer y beber de su cuerpo y sangre para tener vida eterna (Jn. 6,54).

Anámnesis-
Significa en griego "recuerdo". La Iglesia recuerda por medio de estas palabras del sacerdote la historia de la salvación. Es nuestra historia. Es lo que Cristo hizo para rescatarnos del pecado y de la muerte.

Oblación-
Con esta serie de oraciones se ofrece el sacrificio por todas las intenciones de la Iglesia y las particulares. Es el momento de ofrecernos incluso nosotros mismos.

Intercesiones-
En este momento todos unidos con la oración del sacerdote, suplicamos la intercesión de María Santísima, de su esposo san José y de todos los santos. Nos ayuda a recordar la comunión que existe entre la Iglesia "Triunfante" y la Iglesia "Militante".

Doxología final-
La oración o plegaria Eucarística termina con la "doxología" que significa "glorificación". Glorificamos al Padre, por medio del hijo mediante la acción del Espíritu Santo. Es el momento, dentro del aspecto sacrificial más importante, pues se ofrece a Cristo en la Eucaristía, de manera semejante a como el sacerdote ofrecía las víctimas en el altar del AT. Nuestra participación es fundamental, pues el sacerdote hace a nombre nuestro la ofrenda, pero nosotros aceptamos, y por ello el "Amén" final es lo que se conoce como el "gran Amén". Este puede ser cantado o no. Si se canta se puede repetir por tres veces para darles más realce a nuestra participación.

Rito de comunión

Esta última parte de la Eucaristía esta dividida en tres momentos: la preparación para la Comunión; la Comunión y la Acción de Gracias.

El Padrenuestro y doxología-
Para prepararnos para recibir el cuerpo y la sangre de Jesús, oramos como comunidad pidiendo al Padre que nos dé "el pan de cada día" y que nos perdone. Así con la Oración del Padrenuestro preparamos el corazón. La oración que continua, es hecha por el sacerdote para pedir la protección de Dios contra el maligno que busca nuestra perdición. Terminamos todos juntos con una gran doxología, en la que damos testimonio de nuestra fe en el poder y la gloria de Dios.

El rito de la paz-
Antes de acercarnos a la mesa del Padre, debemos reconocer que somos hermanos y que vivimos en paz. Por eso antes de comulgar nos damos el "Saludo de paz". En la antigüedad, este saludo se daba antes de la Liturgia Eucarística para que los catecúmenos la pudieran recibir con signo de comunión con los que se preparaban al bautismo.

Cordero de Dios-
El sacerdote levantando la hostia, nos ayuda a reconocer, que estamos delante de Jesús: "Este es el cordero de Dios, el que quiera el pecado del mundo". Nosotros, ante la presencia de Jesús, respondemos como el centurión y nos hacemos conscientes del poder y la presencia de Dios en la Eucaristía.

Comunión-
Para la comunión, debemos acercarnos en silencio, pensando en lo que vamos a recibir. Toda nuestra atención debe estar puesta en Jesús. Por una gracia inmensa, el Creador, viene a la criatura. Es el momento de abrir totalmente nuestro corazón al Señor. Nuestro "Amén" confirma que creemos en la presencia real de Cristo Eucaristía.

Acción de gracias-
Regresamos a nuestro lugar y podemos sentarnos o ponernos de rodillas. Lo importante será nuestra actitud interior. Tenemos a Dios en nuestro corazón. Platicar o distraernos significa no apreciar el momento de intimidad que Dios nos concede. Es el momento para estar solo con Dios. Dejar que el silencio se haga música en nuestro corazón.

Ritos finales
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Nuestra Eucaristía termina de manera solemne, orando a Dios y recibiendo de él su amor y su bendición. Para ello, después de haber dado gracias personalmente y en silencio, nos ponemos de pie, para orar junto con el Sacerdote.

Oración después de la comunión-
Esta oración sirve para cerrar nuestra Eucaristía. En ella de manera ordinaria se da gracias a Dios por el sacramento que hemos recibido, y le pedimos que nos ayude a vivir cristianamente en la semana.

Bendición-
Una vez terminada la oración, el Sacerdote nos bendice en el nombre de Dios Trino. Esta es la última acción que hará el sacerdote sobre nosotros. El signo que nos ayuda a entender este momento es inclinando nuestra cabeza y poniendo nuestras manos como quien recibe algo.. pues Dios nos dará su bendición, que en la Biblia significa toda clase de bienes.

Después de la bendición, si queremos podemos, persignarnos… aunque esto no es estrictamente necesario pues ya Dios nos ha bendecido.

Canto final-
Después de la bendición, nos despedimos de la asamblea con un canto. Este canto nos ayuda a salir llenos de gozo y a manifestárselo a los demás. Es conveniente en este momento quedarnos en nuestros lugares cantando y alabando a Dios hasta que el sacerdote ha salido, de manera que el Pastor vaya al frente del rebaño que deja la casa de Dios para vivir el evangelio y ser luz para el mundo.

Siempre es conveniente no salir con prisa… y si tienes un poco de tiempo te incluyo una oración para después de la misa. Esta la puedes hacer todos los días en la mañana.

Acción de gracias para
después de la comunión
Clemente XI

Creo en ti Señor, pero ayúdame a creer con firmeza; espero en ti, pero ayúdame a esperar sin desconfianza; te amo, Señor, pero ayúdame a demostrarte que te quiero; estoy arrepentido, pero ayúdame a no volver a ofenderte.

Te adoro, Señor, porque eres mi creador y te anhelo porque eres mi fin; te alabo, porque no te cansas de hacerme el bien y me refugio en ti, porque eres mi protector.

Que tu sabiduría, Señor, me dirija y tu justicia me reprima; que tu misericordia me consuele y tu poder me defienda.

Te ofrezco Señor mis pensamientos, ayúdame a pensar en ti; te ofrezco mis palabras, ayúdame a hablar de ti; te ofrezco mis obras, ayúdame a cumplir tu voluntad; te ofrezco mis penas ayúdame a sufrir por ti.

Todo aquello que quieres tú, Señor, lo quiero yo, precisamente porque lo quieres tú, como tú lo quieras y durante todo el tiempo que lo quieras.

Te pido, Señor, que ilumines mi entendimiento y que fortalezcas mi voluntad, que purifiques mi corazón y santifiques mi espíritu.

Hazme llorar, Señor, mis pecados, rechazar las tentaciones, vencer mis inclinaciones al mal y cultivar las virtudes.

Dame tu gracia para ser obediente con mis superiores, comprensivo con mis inferiores, solícito con mis amigos y generoso con mis enemigos.

Ayúdame, Señor a superar con austeridad el placer, con generosidad la avaricia, con amabilidad la ira, con fervor la tibieza.

Que sepa yo tener prudencia, Señor, al aconsejar, valor en los peligros, paciencia en las dificultades, sencillez en los éxitos.

Concédeme, Señor, atención al orar, sobriedad al comer, responsabilidad en el trabajo y firmeza en mis propósitos.

Ayúdame a conservar la pureza del alma, a ser modesto en mis actitudes, ejemplar en mi trato con el prójimo y verdaderamente cristiano en mi conducta.

Concédeme tu ayuda para dominar mis instintos, para fomentar en mi tu vida de gracia, para cumplir tus mandamientos y obtener mi salvación.

Enséñame, Señor, a comprender la pequeñez de lo terreno, la grandeza de lo divino, la brevedad de esta vida, y la eternidad de la futura.

Concédeme Señor, una buena preparación para la muerte, y un santo temor al juicio, para librarme del infierno y obtener tu gloria.

Por Cristo nuestro Señor.
Amén.